¿El cristiano no debe meterse en política?

Fuente: www.arquimedios.org.mx

Mons. Carlos Lara López.

 

La expresión bíblica “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, utilizada también por quienes no creen en Cristo, se ha entendido de muchas maneras, no siempre con el sentido que quiere trasmitirnos el Evangelio. Por eso mismo se ha llegado a muchas conclusiones, no todas correctas. Una de estas conclusiones ha arraigado, por desgracia, en las conciencias, incluso de los creyentes: el cristiano no debe meterse en política, la religión pertenece sólo al ámbito privado.

 

Esta conclusión se contrapone a las enseñanzas de la Iglesia, particularmente a las del Concilio Vaticano II, donde se clarifica la identidad y la misión de los fieles cristianos laicos. Éstos son discípulos de Cristo y viven directamente allí donde se organiza secularmente la vida social, en los ámbitos de la cultura, economía, de la política, del trabajo, de la comunicación social, de la ley, de la organización de las instituciones, en las que las decisiones y las opciones se vuelven estructuras sociales que condicionan la vida civil. En resumidas cuentas, la misión de los fieles cristianos laicos es buscar el Reino, tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales.

 

Hoy es evidente que en el ámbito de la política es apremiante la necesidad de políticos auténticamente cristianos que hagan la diferencia. De hombres y mujeres comprometidos con su fe, para los que la política no es sólo parte constitutiva y elemento decisivo de la vida de las personas y de un país, sino también el ámbito más elevado para ejercer la atención y el servicio a los hermanos, es decir, para vivir la caridad.

 

Urgen hoy ciudadanos y cristianos que aspiren a las responsabilidades de la cosa pública no para ocupar los espacios, sino para animar procesos que generen nuevos dinamismos, que construyan pueblo y no simples funcionarios productores de resultados inmediatos que lo único que buscan es utilidad política fácil, rápida y efímera, pero que no abonan nada al bien común.

 

Hoy la realidad que vivimos reclama políticos conscientes y comprometidos con la dimensión ética de la política, una dimensión que no es optativa sino constitutiva; políticos serios y honestos que tengan claro que desatender esta dimensión conduce inevitablemente hacia la deshumanización de la vida y de las instituciones, transformando la vida social y política en una jungla donde impera la ley del más fuerte.

 

 

Ante la galopante cultura de la ilegalidad, de la corrupción y del enfrentamiento, el fiel cristiano laico no debe ir sólo al templo, sino también a la plaza pública. Está llamado a dedicarse a la política, a “ensuciarse las manos” –dirá el Papa Francisco– por el bien común.

 

 

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